La responsabilidad afectiva es la capacidad individual de saber demandar las necesidades propias dentro de una relación afectiva (ya sea romántica o no) a la vez que se escucha y se atiende las necesidades de la otra persona, encontrando el balance entre lo que sentimos y lo que sienten los otros. Se basa en la creación de vínculos igualitarios tomando consciencia de las consecuencias de los actos propios y ajenos, en los que se establece un importante ejercicio de empatía.
Desde este modo de relacionarnos, somos responsables de las emociones que generamos en los demás con nuestros actos. Sin embargo, manejar este equilibrio en las relaciones afectivas es una cuestión difícil que cada vez se está poniendo más de manifiesto y dando lugar a la aparición de nuevos conceptos en nuestra sociedad como el “ghosting”, término inglés que se utiliza para describir las situaciones en las que una persona desaparece de la vida de otra con la que mantiene algún tipo de relación, de repente sin motivo aparente y sin dar ningún tipo de explicación siendo el máximo reflejo de falta de responsabilidad afectiva.
Para algunas personas la falta de responsabilidad afectiva se produce por la incapacidad de expresar a la otra persona cuáles son sus necesidades actuales, y dónde están sus límites, generando continuamente situaciones ambiguas donde no se definen claramente las intenciones en la relación.
En cambio, para otras personas la falta de responsabilidad afectiva proviene de dificultades a la hora de tener en cuenta lo que la otra persona necesita, a veces tenemos que ceder y adaptarnos, y viceversa, pero este equilibrio también es difícil de mantener sino sabemos ceder de una forma sana, respetando también nuestros derechos.
En ambas situaciones, existe un déficit en la comunicación de las necesidades en la relación que afecta de manera directa a las personas con las que nos relacionamos.
En un primer momento puede parecer que comportarse con responsabilidad afectiva sucede de manera intuitiva, sin embargo, necesitamos encaminar nuestras acciones de manera consciente a esa dirección. Para ello es necesario comunicarse desde la empatía, es decir realizar una escucha activa, validando lo que la otra persona siente, aunque tú no lo compartas. La empatía es tratar de ponerse en el lugar de la otra persona independientemente de tu lógica o valores personales, para tratar de hacer algo al respecto sin juicio, ni presión. En este sentido también es preciso señalar que no es necesario que
la otra persona demande las mismas necesidades que nosotros tenemos, pero no podemos dejarlo a que la otra persona lo adivine, sin expresar de forma activa lo que necesitamos y escuchando también las necesidades que nos muestra la otra persona de la relación.
Debemos de tener en cuenta que ejercer la responsabilidad afectiva supone diversos beneficios para nosotros mismos como, por ejemplo;
- Desarrollo de la gestión emocional.
- Establecimiento de una base de seguridad sobre la que generar vínculos.
- Fomentar la empatía.
- Impulsar el autoconocimiento personal en diferentes áreas.
En conclusión, responsabilidad afectiva es hablar claramente de lo que quieres y esperas en un vínculo, en cambio no es responsabilidad afectiva no comunicar las necesidades propias para así seguir manteniendo el vínculo. A veces es necesario mantener conversaciones incómodas en las que no nos sentimos seguros, porque mostramos nuestras vulnerabilidades, pero es la manera sana de establecer vínculos afectivos sin que la otra persona se sienta engañado o ignorado.
Por todo ello, entendemos la responsabilidad afectiva como la capacidad personal de reconocer y aceptar el impacto que tendrán nuestras decisiones y actos sobre las personas con las que nos relacionamos, teniendo en cuenta las emociones y expectativas que pueden experimentar aquellos con los que me relaciono.