martes, 29 de marzo de 2022

Envidia y autoestima

Envidia y Autoestima

Seguramente todos hayamos conocido en alguna ocasión a una o más personas cuyo tema principal de conversación consista en estar hablando mal de los demás de manera infatigable. Que si “¡Hay que ver lo tonto que es este tipo!”, que si “¡Vaya un look pasado de moda que lleva este otro!”, que si “¡Menuda pareja ridícula que se ha echado Fulanito!” o que si “¡Menudo bolso feo se ha comprado Menganita!”. No es infrecuente que, además, estos sujetos complementen su discurso con sentencias comparativas, poniendo el foco en sí mismos, presumiendo de su familia, su mascota, su trabajo o su vivienda, tratando de hacernos ver que sus circunstancias en nada se asemejan a las de aquellos a quienes constantemente critican.

Muy posiblemente, las personas acostumbradas a adoptar este patrón de comportamiento, no sólo se esfuercen por descalificar al resto, sino que, asimismo, no consigan tolerar el éxito o la suerte de esa otra gente a la que no sabrían qué defectos atribuirles, denotando una actitud hostil hacia esos conocidos o allegados cuyas vidas son, a su juicio, absolutamente de ensueño, proclamando frases como “No puedo con la sonrisa permanente que lleva esa chica a todos lados. ¡Claro, como ella ha nacido de pie…!”, u otras como “¡Qué rabia me da que este tío esté tan en forma! ¡A ver si un día de estos se tuerce un tobillo mientras sale a correr y así se entera de lo que es estar en casa forzosamente echando barriga! Como él tiene el doble de tiempo libre que yo…”, etc.

Es muy probable que, al relacionarnos con este prototipo de personas, acabemos contagiándonos de ese estilo despectivo que tiende a imperar en el hilo de toda charla que inician o que, quizás, acabemos notándonos con cierto malestar emocional, sin saber muy bien si el hecho de haber participado (aunque sólo sea a modo de oyentes) en esa clase de tertulias, nos ha entristecido, enojado o incluso despersonalizado, en cierta medida, lanzándonos a nosotros mismos mensajes del tipo “No me explico por qué le habré dado coba, si yo no soy así…”

Pero… ¿Qué se esconde tras estos comportamientos envidiosos que en ocasiones tanto nos chirrían? La respuesta hay que buscarla en la falta de autoestima. Las personas que no se quieren suficientemente a sí mismas, tratan de suplir esa carencia de amor propio cebándose con los demás. Si, por ejemplo, alguien es incapaz de atreverse a salir a la calle con una prenda de hace una década (aunque le guste a rabiar) por asumir que se ha pasado de moda, criticará ferozmente al primero con el que se tropiece que vaya vestido con una indumentaria parecida, puesto que así justificará su decisión de no haber sido fiel a su estilo, sino a las “tendencias”. Si, por ilustrar otra situación similar, alguien se siente frustrado por no gozar de una cultura o de un vocabulario más abundante, se lanzará a tildar de “empollón”, “gafotas”, “intelectual” o cualquier otro apelativo espetado con saña a quien (incluso sin ser presuntuoso) manifieste buenas cualidades al respecto.

Por ello, resulta fundamental identificar el modus operandi habitual de este perfil de interacción, aprendiendo a distinguir a aquel que sonríe del que de otro se ríe, para saber decidir si la compañía de determinadas personas nos merece o no la pena. Al fin y al cabo, la envidia no deja de ser una defensa, un escudo protector en manos de quien se convierte en su abanderado…; sin embargo, corremos el riesgo de que, si no detectamos tal adarga, nos sometamos involuntariamente al falso cobijo que nos brinda, bajo el que, lejos de salvaguardar nuestra autoestima, comencemos a desvitalizarla, privándola del brillo que procede del exterior, pero también impidiendo que nuestra propia luz interior se difunda y se expanda.

Desde el Servicio de Psicología Aplicada de la UNED, esperamos que la lectura de este artículo os haya servido para reflexionar sobre una emoción tan popular como esta, calificada en no pocas ocasiones como “el deporte nacional”. Muchas gracias por seguirnos y leernos. ¡Hasta la próxima!

Asertividad en la pareja

ASERTIVIDAD EN PAREJA

La asertividad es un concepto que forma parte del entrenamiento en habilidades sociales. Seguramente lo hayamos escuchado en muchas ocasiones, aunque es cierto que a veces es difícil de definir. Desde la psicología la asertividad se define como la capacidad de autoafirmar los propios derechos, sin dejarse manipular y sin manipular a los demás. Esto quiere decir que es una capacidad o habilidad que se aprende mediante la práctica en las relaciones con los demás, para que las relaciones se desarrollen de una forma sana e igualitaria. 

Sería el manejo ideal al que aspirar cuando nos relacionamos con los demás. Sin embargo, a lo largo de nuestra vida aprendemos también otras formas de interaccionar con las personas que nos rodean y que no se muestran asertivas, quizás con tendencias más autoritarias o, por el contrario, pasivas. Estos aprendizajes y experiencias pasadas nos van moldeando, y en base a ello formamos nuestra manera de relacionarnos, lo que también influye a la forma de interaccionar en las parejas. 

Es por esto que la comunicación en pareja es tan importante, y la asertividad es otro punto a tener en cuenta dentro de la comunicación. Actuar de forma asertiva con nuestra pareja puede mejorar la comunicación, ya que sería la forma de exponer nuestros deseos, opiniones, críticas e intereses de manera que no sea una imposición para un lado u otro de la pareja, pero sí se puedan valorar o tener cuenta. Lo importante es alcanzar unos principios básicos para lograr una comunicación efectiva, en donde las dos partes puedan expresarse alcanzando un equilibrio más igualitario en la pareja. La asertividad, es una capacidad que requiere de práctica y reflexión, y para ello vamos a hablar de algunas pautas en pareja a tener en cuenta:

1. Cuando queremos pedir algo a nuestra pareja es más apropiado hacer una petición que una demanda. Las peticiones demuestran respeto por el otro y mejoran la comunicación.

2. Es mejor hacer preguntas que afirmaciones. Las afirmaciones sólo desencadenan defensa y no llevarán hacía ningún lado. Es diferente, aunque signifique lo mismo, decir: “¿me estás escuchando?” que “¡otra vez no me estás escuchando!”.

3. Si se realizan críticas es mejor hablar de las cosas qué hace, no de las cosas qué es. Realizar esta diferencia en el mensaje ayuda a no categorizar diciendo cómo es, sino simplemente señalando una manera de hacer, pero no de ser. Las etiquetas no ayudan a que la persona cambie sino que refuerzan sus defensas.

4. No ir acumulando emociones negativas sin comunicarlas, ya que producirían un estallido que conduciría a una hostilidad destructiva.

5. Discutir los temas de uno en uno, no “aprovechar” que se está discutiendo sobre la impuntualidad de la pareja para reprocharle de paso que es un despistado, un olvidadizo y que no es cariñoso.

6. Evitar las generalizaciones. Los términos como “siempre” y “nunca” raras veces son ciertos y tienden a formar etiquetas.

7. No guiarse por una excesiva sinceridad en la pareja. Algunas cosas deben pensarse antes de decirse, si las consecuencias no van a ser positivas.

8. La comunicación verbal debe ir acorde con la no verbal. Por ej. Decir “ya sabes que te quiero” con cara de fastidio dejará a otra persona peor que si no se hubiera dicho nada.

Estas pautas generales necesitan traducirse en conductas y actitudes concretas. Para ello es necesario practicarlas utilizando técnicas y estrategias asertivas que mejoren las habilidades de comunicación como expresar en mayor medida lo que gusta de la pareja (agradecer), pedir también lo que se querría que hiciese la pareja con empatía y afecto.

Expresar los sentimientos negativos de un forma directa (sin malentendidos), en el momento más rápido posible, de una forma activa y no cómo víctimas, y hablando desde una perspectiva que sea más descriptiva de nuestra conducta personal que de acusaciones del otro.

En resumen, para poder expresar sentimientos positivos y negativos se necesita de una expresión asertiva. La expresión asertiva requiere de compresión, reflexión, conciencia y práctica, por lo que es una capacidad difícil de obtener. Es por esto que a veces requiere de trabajo psicoterapéutico para poder entender de manera la individual la forma en la que nos expresamos.

jueves, 10 de marzo de 2022

Mandatos familiares

Mandatos familiares, cómo nos influyen y qué hacer con ellos

En una familia, al igual que en cualquier grupo de personas, existen normas, reglas, mandatos que se deben seguir y que no siempre nos benefician, aunque hipotéticamente están destinados a ese fin.

Los mandatos familiares nacen de los padres y se aplican a los hijos, son normas o preceptos que nos hablan de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Los mandatos familiares pueden pasar de generación en generación, ¿quién no conoce a una familia de médicos o abogados? ¿Era lo que querían o lo eligieron “por seguir la tradición”? Estas normas pueden ser muy directas y explícitas, por ejemplo “uno llora cuando se cae y se hace daño”, o bien todo lo contrario, indirectas, aplicadas a través del comportamiento de los padres, retirando la atención o el afecto, algo que se produce ante determinado comportamiento del hijo o hija.

Si no apruebas todas las asignaturas me defraudarás”, el mensaje de fondo es que el cariño (que debería ser incondicional) está supeditado a lo que haces y no a lo que eres, y esto resulta tremendamente dañino. Por norma general, los mandatos familiares tienen una fecha de revisión, la adolescencia, en este momento del desarrollo se repasan todas las normas y se confrontan, con el objetivo de adquirir las ideas que encajan realmente con uno mismo. No obstante, este camino no es fácil, ya que estos mandatos señalan lo que nuestro grupo de referencia valora y lo que rechaza, y, por lo tanto, enfrentarnos a esas ideas puede suponer, literal o figuradamente, la expulsión de este o el rechazo, lo que explica la dificultad del proceso.

Los mandatos, por lo tanto, son normas con una elevada carga emocional, tanta, que a veces pasan de generación en generación, y pueden provocar un intenso malestar en la edad adulta; ideas como “la familia siempre es lo primero”, “la familia siempre te va a querer” o “los trapos sucios se lavan en casa”, hacen que, en determinadas situaciones, sea muy complicado desvincularnos de cosas que nos pueden hacer sentir mal o poner algunos límites sanos en estas relaciones. Cosas aparentemente sencillas como tener privacidad dentro de la casa, tomar decisiones, hacer cosas sin preocuparnos por la imagen externa que dará la familia, o mantenernos al margen de conflictos y alianzas que no nos implican, puede ser algo tremendamente complejo y que puede tener un alto coste para nuestra salud mental.

En estos casos, revisar qué normas he aprendido, cuáles son sus costes y cuáles son sus beneficios, cómo me hacen sentir y si van en la dirección de lo que siento que es bueno para mí, pueden ser preguntas que nos ayuden a revisar todos estos mandatos y, en caso de decidirlo así, permitirnos tomar decisiones que nos ayuden a estar mejor. Como decíamos, este proceso que parece simple no tiene por qué serlo, por lo que puede resultar útil una ayuda externa, en este caso, acudir a una consulta de psicología puede ser una opción recomendable en caso de que queramos un apoyo para realizar este camino.

Empatía

"La Capacidad Transformadora: Explorando el Poder de la Empatía"      La empatía, esa cualidad humana que nos permite ponernos en ...