jueves, 10 de marzo de 2022

Mandatos familiares

Mandatos familiares, cómo nos influyen y qué hacer con ellos

En una familia, al igual que en cualquier grupo de personas, existen normas, reglas, mandatos que se deben seguir y que no siempre nos benefician, aunque hipotéticamente están destinados a ese fin.

Los mandatos familiares nacen de los padres y se aplican a los hijos, son normas o preceptos que nos hablan de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Los mandatos familiares pueden pasar de generación en generación, ¿quién no conoce a una familia de médicos o abogados? ¿Era lo que querían o lo eligieron “por seguir la tradición”? Estas normas pueden ser muy directas y explícitas, por ejemplo “uno llora cuando se cae y se hace daño”, o bien todo lo contrario, indirectas, aplicadas a través del comportamiento de los padres, retirando la atención o el afecto, algo que se produce ante determinado comportamiento del hijo o hija.

Si no apruebas todas las asignaturas me defraudarás”, el mensaje de fondo es que el cariño (que debería ser incondicional) está supeditado a lo que haces y no a lo que eres, y esto resulta tremendamente dañino. Por norma general, los mandatos familiares tienen una fecha de revisión, la adolescencia, en este momento del desarrollo se repasan todas las normas y se confrontan, con el objetivo de adquirir las ideas que encajan realmente con uno mismo. No obstante, este camino no es fácil, ya que estos mandatos señalan lo que nuestro grupo de referencia valora y lo que rechaza, y, por lo tanto, enfrentarnos a esas ideas puede suponer, literal o figuradamente, la expulsión de este o el rechazo, lo que explica la dificultad del proceso.

Los mandatos, por lo tanto, son normas con una elevada carga emocional, tanta, que a veces pasan de generación en generación, y pueden provocar un intenso malestar en la edad adulta; ideas como “la familia siempre es lo primero”, “la familia siempre te va a querer” o “los trapos sucios se lavan en casa”, hacen que, en determinadas situaciones, sea muy complicado desvincularnos de cosas que nos pueden hacer sentir mal o poner algunos límites sanos en estas relaciones. Cosas aparentemente sencillas como tener privacidad dentro de la casa, tomar decisiones, hacer cosas sin preocuparnos por la imagen externa que dará la familia, o mantenernos al margen de conflictos y alianzas que no nos implican, puede ser algo tremendamente complejo y que puede tener un alto coste para nuestra salud mental.

En estos casos, revisar qué normas he aprendido, cuáles son sus costes y cuáles son sus beneficios, cómo me hacen sentir y si van en la dirección de lo que siento que es bueno para mí, pueden ser preguntas que nos ayuden a revisar todos estos mandatos y, en caso de decidirlo así, permitirnos tomar decisiones que nos ayuden a estar mejor. Como decíamos, este proceso que parece simple no tiene por qué serlo, por lo que puede resultar útil una ayuda externa, en este caso, acudir a una consulta de psicología puede ser una opción recomendable en caso de que queramos un apoyo para realizar este camino.

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