Si hacemos un recorrido por las definiciones
que ofrece la Real Academia Española (RAE) de la palabra “conflicto”, nos percatamos
de que todas cargan con connotaciones negativas. En nuestra sociedad existe la
tendencia a entender el conflicto como una situación que genera malestar y
deteriora las relaciones entre dos o más personas. Con frecuencia buscamos
evitarlo a toda costa, estrategia que, a largo plazo, puede agravar la
situación ya que ésta por sí sola es difícil que se resuelva. Sin embargo, un
conflicto no tiene por qué ser necesariamente negativo, sino que en la medida
en que sabemos gestionarlo de forma saludable, puede llegar a ser una
oportunidad para crecer personalmente.
Pero no nos adelantemos, primero vamos a ver
qué es un conflicto. Aunque es complicado de definir, podemos decir que se
trata de una situación en la que dos o más personas entran en oposición o desacuerdo porque sus posiciones, intereses, necesidades, deseos o
valores son incompatibles o son percibidos como incompatibles. Además, el conflicto no solo ocurre entre
personas con distintos puntos de vista, sino también con nosotros mismos,
por ejemplo, cuando nuestros deseos y obligaciones entran en contradicción, o nuestros
pensamientos luchan contra lo que sentimos.
Las
formas en que afrontamos los conflictos son muy diversas y ninguna de ellas, en
sí misma, es mejor o peor; va a depender, en gran parte, de las características
del contexto y de las necesidades de las personas implicadas. Los psicólogos
Kilmann y Thomas (1974) proponen la existencia de cinco estilos básicos a la
hora de gestionar los conflictos:
· Competición (“Yo gano-Tú
pierdes”): Está orientado al poder, que consiste en satisfacer o imponer los
propios intereses a expensas de los intereses del otro.
· Evitación (“Yo pierdo-Tú
pierdes”): Se caracteriza por mostrar una actitud pasiva ante el conflicto,
es decir, no satisfacer ni los propios intereses ni los del otro.
· Acomodación (“Yo
pierdo-Tú ganas”): Implica satisfacer los intereses del otro a costa de no
atender a los propios. En este estilo la persona cede o se conforma con los
puntos de vista del otro.
· Compromiso: Está
encaminado a la negociación, que se caracteriza por el esfuerzo en ceder
y llegar a un punto medio entre ambas partes, de forma que los propios deseos e
intereses así como los del otro queden parcialmente satisfechos.
· Colaboración (“Yo gano-Tú
ganas”): Se basa en encontrar una solución alternativa que satisfaga
plenamente los intereses de las dos partes, de forma que ambas salgan
beneficiadas.
Teniendo en cuenta estos elementos y la
cantidad de decisiones que tomamos en un día, llegamos a la conclusión de que
los conflictos son parte inevitable de nuestra vida: tener conflictos significa
que estamos vivos. Por tanto, si aprendemos a afrontarlos con responsabilidad,
pueden facilitar una comunicación abierta y honesta con los demás, fomentar la
confianza y el conocimiento de uno mismo y de los demás, estimular la
flexibilidad y la creatividad y, en definitiva, favorecer nuestra salud mental
y emocional.
En nuestra próxima actividad, el Taller de resolución de conflictos,
abordaremos estos aspectos, así como aprenderemos recursos y estrategias útiles
para gestionar los conflictos de manera saludable.