jueves, 28 de mayo de 2020

Alimentación emocional

QUÉ ES Y CÓMO GESTIONARLA

Comer es una conducta más compleja de lo que a priori podría parecernos. Podemos comer para eliminar el hambre, obtener placer, calmar nuestra ansiedad, adecuarnos a ciertos cánones de belleza, celebrar en eventos sociales…
Son varias las funciones que puede cumplir la conducta de comer. Cuando nos alimentamos para modificar nuestro estado de ánimo, ya bien sea aburrimiento, tristeza o ansiedad, estamos recurriendo a una “alimentación emocional”. En este tipo de alimentación no estaríamos comiendo para aliviar el hambre, sino que buscaríamos regularnos emocionalmente.

¿Comiendo con hambre física o con hambre emocional?

Puede ser que en ocasiones tengamos dificultades para identificar si realmente estamos comiendo porque tenemos hambre o nuestra conducta de comer está motivada por otros factores. Para ayudar a distinguirlo, a continuación, aparecen algunas variables y la descripción de cómo actúa el hambre física, en primer lugar, y el hambre emocional, en segundo lugar.

  • Sensaciones físicas previas: localizadas en el estómago versus sensación más difusa, de vacío o ansiedad.
  • Curso: progresiva y poco a poco VS. repentina y con posibles detonantes.
  • Tipo de demanda: puede esperar VS. urgente.
  • Preferencia de alimento: cualquier opción puede ser válida VS. antojo por alimento específico, normalmente ricos en grasas, sal y/o azúcar.
  • Resolución del hambre: se consigue VS. dificultades y sensación de no poder parar.
  • Sensación posterior: mejora la sensación VS. alivio y/o placer seguido de posible culpa.

¿Cómo gestionar la alimentación emocional?

Una vez visto cómo podemos distinguir la alimentación emocional, comprender cuál es el patrón que la mantiene nos servirá para poder romperlo y modificarlo. Cuando creemos sentir hambre, antes de consumir alimentos, podemos pararnos y analizar algunas de las cuestiones del apartado anterior (sensaciones físicas previas, curso, tipo de demanda y preferencia de comida), al igual que identificar qué nos está ocurriendo (sentimos ansiedad, estamos tristes, nos encontramos aburridos/as…).

Si no nos hacemos estas preguntas y directamente comemos, podremos sentir un alivio al reducir nuestro malestar emocional pero esta sensación será sólo momentánea y a corto plazo. Sin embargo, a largo plazo no habremos podido tomar conciencia y afrontar de una manera más adaptativa lo que nos ocurre. Y, además, es posible que más tarde aumente el malestar emocional y sintamos, por ejemplo, culpa por nuestra ingesta de alimentos. 

Para romper este patrón podemos pausar o demorar ese primer impulso de comer y pararnos a escucharnos, conectar con nuestras sensaciones y ver qué podemos necesitar. Igualmente, si la comida nos servía para regularnos, requeriremos de otra herramienta (o herramientas) para utilizar. Para encontrar esa herramienta tenemos que buscar otros refuerzos que nos sirvan de bienestar y placer: pintar, bailar, leer, hablar con alguien, otro tipo de alimento más saludable… Este sustituto tiene que ser igual de potente que esa alimentación emocional y que nos dé suficiente placer pero que a la vez contribuya a nuestro autocuidado y sea saludable.

Este proceso de identificación emocional y buscar sustitutos a la alimentación emocional, puede ser complejo y en ocasiones será necesario contar con un acompañamiento psicológico profesional. Esta ayuda psicológica también puede ser relevante si encontramos un desencadenante recurrente en nuestro patrón de alimentación emocional. Por ejemplo, si notamos que es ansiedad lo que inicia este tipo de alimentación, lo recomendable sería afrontar esa ansiedad y ver de dónde viene.

Y para terminar:

Si bien comer puede cumplir la función de evitar sentir o pensar algo y de esa manera aliviarnos momentáneamente, nuestra alimentación también puede contribuir a generar ciertos estados emocionales. Por ejemplo, si ingerimos alimentos que nos bloquean el hígado, como el alcohol, serán más probables emociones como la ira, el cólera, la agresividad o la impaciencia. También se ha investigado que los alimentos ricos en triptófano, como el plátano, liberan serotonina y ayudan a disminuir la angustia, la tristeza y la irritabilidad; o que el consumo frecuente de cereales incide en la disminución de la ansiedad.

Tomar conciencia de estas relaciones y nuestros patrones de alimentación, nos puede ayudar a plantearnos si queremos conseguir algún objetivo respecto a nuestra gestión emocional y/o alimentación, al igual que si hay hábitos que queremos dejar atrás y otros que queremos mantener para contribuir a nuestro bienestar desde esta área.

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